El Gesto Arquitectónico: Entre la Funcionalidad y la Expresión
El gesto arquitectónico puede definirse como la acción elemental que hace posible habitar, y su valor reside en que nunca se limita a lo utilitario ni a lo meramente estético. La tesis que sostengo es que la arquitectura oscila entre dos polos fundamentales: la funcionalidad y la expresividad. Esta dualidad puede pensarse a través de la filosofía clásica y de los diferentes niveles de la realidad, lo que muestra que la arquitectura no es solo construcción material, sino también creación de sentido.
Desde la filosofía, Platón considera que la esencia de las cosas reside en un mundo trascendente de Ideas universales; bajo esta mirada, el gesto arquitectónico es evocación de lo eterno y búsqueda de un orden ideal. Aristóteles, en cambio, sostiene que la esencia se encuentra en los cuerpos mismos y que se conoce mediante la experiencia sensible; en esta perspectiva, el gesto arquitectónico es concreción material que responde a usos, estímulos y necesidades concretas. Esta tensión entre lo platónico y lo aristotélico explica por qué la arquitectura nunca es puramente abstracta ni exclusivamente práctica, sino una síntesis de aspiraciones universales y respuestas específicas al entorno.
El gesto arquitectónico también se entiende al considerar los niveles de la realidad en los que opera. En el nivel físico, responde a causas materiales como la gravedad, la luz o la resistencia de los materiales. En el nivel vital, protege al ser humano y satisface necesidades biológicas. En el nivel mental, organiza recorridos, jerarquías y dinámicas sociales. En el nivel lingüístico, convierte el espacio en un discurso cargado de símbolos y significados compartidos. Y en el nivel cultural, cristaliza memorias colectivas y modos de habitar que trascienden lo individual. Así, la arquitectura no se agota en levantar muros o techos, sino que abre un espacio donde se entrelazan lo material, lo simbólico y lo cultural.
En conclusión, pensar el gesto arquitectónico es reconocer que cada acto de construir es también un acto de interpretación. Oscila entre lo eterno y lo sensible, como propusieron los filósofos clásicos, y atraviesa desde lo material hasta lo cultural en su capacidad de generar sentido. La arquitectura, en última instancia, es ese lugar donde la vida humana encuentra no solo cobijo, sino también expresión de significado.
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